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Hay algo profundamente humano en detenernos a pensar en nuestros temores. No hablo del miedo a las cucarachas o a hablar en público, sino de esos temores silenciosos que nos habitan en los momentos de pausa, de crisis, de duelo o de reinvención. Esos miedos que no siempre se nombran, pero que atraviesan nuestras decisiones, vínculos y búsquedas.
El enfoque fenomenológico-existencial en psicología enfatiza la experiencia subjetiva del individuo en su relación con el mundo, abordando la existencia humana en sus dimensiones más profundas. Dentro de este marco, IIrvin D. Yalom, psiquiatra y referente de la psicoterapia existencial, plantea que todos los seres humanos nos enfrentamos a cuatro preocupaciones últimas: la muerte, la libertad, el aislamiento y la falta de sentido (Yalom, 1980). Estas preocupaciones, aunque inevitables, pueden ser comprendidas y afrontadas desde una perspectiva terapéutica, promoviendo una existencia más auténtica y significativa.
La muerte nos iguala. No importa cuánto logremos, cuánto amemos o cuánto posterguemos, hay una verdad inevitable: vamos a morir. Pero no es solo el temor a dejar de existir; es también el miedo a no haber vivido plenamente. Este temor aparece cuando sentimos que no estamos honrando nuestras prioridades, cuando posponemos lo importante o cuando atravesamos pérdidas que nos recuerdan lo frágil que es todo. La muerte, paradójicamente, puede ser una brújula. Nos recuerda que el tiempo es finito y, por tanto, sagrado.
Desde el momento en que nacemos, existe la certeza de que algún día moriremos. Aunque solemos evitar pensar en ello, la muerte está siempre presente. Nuestro temor no solo se debe al desconocimiento de lo que hay después, sino a la angustia de dejar de existir. Este temor se refleja en nuestra vida cotidiana en la manera en que intentamos alargar la juventud, evitar el envejecimiento y mantenernos ocupados para no pensar en el fin.
Sin embargo, esta conciencia también nos permite valorar el presente y darle sentido a cada momento. Cuando recordamos que el tiempo es limitado, aprendemos a disfrutar más de las relaciones, a expresar lo que sentimos y a tomar decisiones más alineadas con lo que realmente queremos.
Desde la terapia, el enfoque se centra en desarrollar una relación consciente y saludable con la idea de la muerte, integrándola como parte del ciclo de la vida.
Ser libres puede sonar maravilloso, pero también implica tomar decisiones y aceptar sus consecuencias. Desde pequeños nos enseñan a seguir reglas y expectativas, pero a medida que crecemos nos damos cuenta de que la vida está llena de elecciones. ¿Qué carrera seguir? ¿Con quién compartir la vida? ¿Dónde vivir?
Aunque deseamos ser libres, la libertad puede ser abrumadora. En palabras de Sartre, "estamos condenados a ser libres" (Sartre, 1943). Esta carga de responsabilidad puede generar angustia, pues implica reconocer que no hay una estructura externa que nos dicte cómo vivir. Para muchos consultantes, el desafío está en aceptar su capacidad de decisión y la incertidumbre inherente.
Porque ser libres implica también hacernos responsables. Elegir, equivocarnos, redirigirnos. No hay un manual que nos diga cómo vivir, y eso nos confronta con el vacío. ¿Qué pasa si elijo mal? ¿Y si fracaso? El miedo a la libertad muchas veces se disfraza de procrastinación, de dependencia o de rigidez. Pero cuando aprendemos a tolerar la incertidumbre y a vivir con responsabilidad, la libertad deja de ser una carga y se convierte en posibilidad.
La libertad conlleva una responsabilidad que puede generar miedo, pero también nos da la oportunidad de construir nuestra vida de manera auténtica. Asumir nuestra libertad significa aceptar que somos los arquitectos de nuestra propia existencia.
“El ser humano es, por definición, un ser-en-relación; sin embargo, hay una parte de nosotros que siempre estará sola” (Yalom, 1980, p. 356). Esta tensión entre la necesidad de conexión y la inevitable soledad existencial se manifiesta en relaciones codependientes, en la búsqueda desesperada de aprobación o en el miedo a la intimidad. El aislamiento existencial no se resuelve con compañía física, sino con una conexión auténtica con uno mismo y con los otros.
Aunque estemos rodeados de personas, cada uno de nosotros vive su propia experiencia de manera única. Nadie puede sentir exactamente lo que sentimos ni entendernos en nuestra totalidad. Este aislamiento no solo se manifiesta en la soledad física, sino también en momentos en los que sentimos que nadie puede comprender por lo que estamos pasando.
Este temor puede llevarnos a buscar la validación de otros o a llenar nuestra vida con interacciones superficiales para evitar el sentimiento de estar solos. Sin embargo, aceptar que somos seres individuales también nos permite valorar más las conexiones genuinas y fortalecer los vínculos con quienes realmente nos aportan bienestar y comprensión.
La terapia trabaja para reducir la angustia del aislamiento mediante la autenticidad en las relaciones, promoviendo el desarrollo de vínculos basados en la aceptación mutua y en la capacidad de tolerar la soledad.
Victor Frankl, fundador de la logoterapia, afirmaba que “la búsqueda de sentido es la motivación primaria del ser humano” (Frankl, 1946/2015, p. 110). Cuando ese sentido se diluye —por una pérdida, un cambio vital o una crisis— emerge el vacío existencial. Yalom lo describe como una angustia difusa que muchas veces subyace en los malestares contemporáneos.
Muchas veces nos preguntamos: "¿Para qué estoy aquí?". No existe un sentido universal de la vida, cada persona debe construir el suyo. En la vida cotidiana, este temor se refleja en la ansiedad que sentimos cuando no encontramos un propósito claro o cuando nuestras rutinas se vuelven vacías y sin significado.
La búsqueda de sentido nos lleva a explorar nuestros valores, nuestras pasiones y a encontrar aquello que nos motiva. Algunas personas encuentran sentido en la familia, otras en su trabajo, en la creatividad o en el servicio a los demás. Lo importante es reconocer que este proceso es personal y dinámico: lo que nos da sentido en un momento de la vida puede cambiar con el tiempo. d. La terapia ayuda al paciente a explorar sus valores y conectar con experiencias significativas, promoviendo una vida basada en elecciones con propósito.
"El hombre no se define por lo que le sucede, sino por la actitud que toma ante ello" (Frankl, 1946, p. 120).
Estos temores no tienen que paralizarnos; al contrario, reconocerlos nos permite vivir con mayor conciencia y autenticidad. Enfrentarlos nos ayuda a tomar decisiones más conscientes, a valorar nuestras relaciones y a encontrar un propósito propio.
Si estos temas resuenan contigo, tómate un momento para reflexionar: ¿cómo influyen estos temores en tu vida diaria? ¿De qué manera puedes convertirlos en aliados para crecer y vivir con mayor plenitud? La clave no es eliminarlos, sino aprender a convivir con ellos y usarlos como motores para una vida más significativa.
Frankl, V. E. (2015). El hombre en busca de sentido. Herder. (Obra original publicada en 1946).
Sartre, J.-P. (1943). El ser y la nada. Gallimard.
Yalom, I. D. (1980). Existential Psychotherapy. Basic Books.