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En consulta, el miedo a la soledad suele aparecer disfrazado: apego ansioso, relaciones dependientes, miedo a ser abandonado/a, o incluso el hábito de llenar la agenda para no quedarse en silencio. Pero detrás de estas manifestaciones se esconde un temor profundo y universal: el aislamiento existencial.
Irvin Yalom (1980), uno de los grandes referentes de la psicoterapia existencial, identificó el aislamiento como uno de los cuatro temores últimos de la existencia, junto con la muerte, la libertad y la falta de sentido. Este tipo de aislamiento no es simplemente la falta de compañía, sino la consciencia de que nadie puede vivir, morir, sentir o decidir por nosotros. Somos, en esencia, seres inevitablemente solos.
Conexión: una necesidad humana legítima
Desde el enfoque de las terapias basadas en la evidencia, se reconoce que las relaciones humanas seguras y significativas son parte central del bienestar psicológico. Modelos como la Teoría de la Autodeterminación (Deci & Ryan, 2000) sitúan la conexión o vinculación social como una de las tres necesidades psicológicas básicas junto con la autonomía y la competencia. Es decir, necesitamos vincularnos, sentirnos vistos, comprendidos y aceptados. La conexión emocional no es un lujo: es salud mental.
Pero cuando esa necesidad legítima se transforma en una urgencia desregulada —en una búsqueda compulsiva para evitar la soledad a toda costa— entramos en terreno clínico. Allí, el aislamiento existencial se vuelve un fantasma que domina la vida: un terror silencioso que empuja a la fusión con el otro o al autoabandono. El resultado es paradójico: cuanto más huimos de la soledad, más nos desconectamos de nosotras mismas.
Estar solo/a no es lo mismo que sentirse solo/a
Uno de los objetivos de la terapia es ayudar a distinguir entre la experiencia de estar sola y la sensación de sentirse sola. La primera puede ser voluntaria, reparadora y fortalecedora. La segunda, en cambio, suele estar cargada de sufrimiento emocional, vergüenza, vacío y desesperanza.
Desde la perspectiva de la terapia cognitivo-conductual (TCC), el miedo a la soledad puede estar sostenido por distorsiones cognitivas como la catastrofización (“Si estoy sola me derrumbo”), la sobregeneralización (“Siempre termino sola”), o el pensamiento dicotómico (“O estoy con alguien, o no valgo nada”). El abordaje terapéutico incluye trabajar estas creencias, ampliar el repertorio de estrategias de regulación emocional y fortalecer la autonomía emocional.
Al mismo tiempo, las terapias de tercera generación como la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT) y la Terapia Dialéctica Conductual (DBT) invitan a contactar con el vacío o el miedo sin necesidad de eliminarlo. En lugar de huir de la soledad, se enseña a habitarla con amabilidad, observando las emociones que emergen sin juzgarlas y eligiendo acciones coherentes con los propios valores.
Lo que evitamos, nos domina
Muchas veces, el miedo a la soledad tiene raíces en heridas relacionales tempranas: abandono, negligencia emocional o vínculos impredecibles. Estas experiencias pueden generar la creencia de que estar sola es peligroso, insoportable o señal de que no valgo. Por eso, en psicoterapia, no se trata solo de enseñar a “tolerar la soledad”, sino de sanar las asociaciones dolorosas que se han formado en torno a ella.
Desde un enfoque integrativo basado en la evidencia, se pueden combinar estrategias de exposición gradual a momentos de soledad, técnicas de regulación emocional, trabajo con el sistema de apego, y la construcción progresiva de una narrativa interna más compasiva. La clave no es eliminar la necesidad de conexión, sino despatologizar la experiencia de estar a solas.
Soledad como territorio fértil
Estar a solas también puede convertirse en una oportunidad de reconexión interna. Como planteaba Winnicott (1958), la capacidad de estar a solas es un logro del desarrollo emocional. Es la base para una autonomía que no es aislamiento, sino presencia interna. En la medida en que aprendemos a habitar nuestra compañía sin juicio, la conexión con los demás se vuelve más auténtica, más libre y menos dependiente.
La soledad, entonces, puede doler... pero también puede sanar.
Referencias
Deci, E. L., & Ryan, R. M. (2000). The “what” and “why” of goal pursuits: Human needs and the self-determination of behavior. Psychological Inquiry, 11(4), 227–268.
Hayes, S. C., Strosahl, K. D., & Wilson, K. G. (2012). Acceptance and Commitment Therapy: The Process and Practice of Mindful Change. Guilford Press.
Linehan, M. M. (1993). Cognitive-Behavioral Treatment of Borderline Personality Disorder. Guilford Press.
Rogers, C. R. (1961). On Becoming a Person. Houghton Mifflin.
Winnicott, D. W. (1958). The Capacity to Be Alone. International Journal of Psychoanalysis, 39, 416–420.
Yalom, I. D. (1980). Existential Psychotherapy. Basic Books.