Navegando por el duelo: información valiosa sobre la perdida.
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Navegando por el duelo: información valiosa sobre la perdida.
En la travesía de la vida, todos enfrentamos la inevitable experiencia del duelo en algún momento. Ya sea por la partida de un ser querido, el quiebre de un vínculo amoroso o cualquier otra forma de pérdida significativa, el duelo nos sumerge en un mar de emociones desconcertantes y desafiantes. Este artículo, si bien no promete disminuir el dolor, sí podrá servir como fuente de información para comprender el duelo, cómo funciona el cerebro durante el duelo, los indicadores que marcan una adaptación saludable en tiempos de pérdida, las señales de alarma ante complicaciones y estrategias importantes a tener en cuenta.
El duelo es una experiencia profundamente humana. No aparece solo ante la muerte; también se manifiesta tras una ruptura amorosa, una migración, un despido, una pérdida de salud, el cierre de una etapa vital o incluso la pérdida de una versión idealizada de uno mismo. A lo largo de la vida atravesamos múltiples duelos —grandes y pequeños, visibles o silenciosos—, y sin embargo, seguimos preguntándonos: ¿esto que siento es normal? ¿Hasta cuándo me va a doler? ¿Lo estoy llevando bien?
Desde la psicoterapia, comprendemos el duelo como un proceso natural de adaptación, no como una enfermedad. Pero también sabemos que no siempre transitamos ese camino solos ni con recursos suficientes. Por eso, hablar del duelo con información basada en evidencia y un acompañamiento compasivo puede marcar la diferencia.
El duelo es la respuesta emocional, cognitiva, conductual y neurobiológica ante una pérdida significativa. No hay una sola forma de vivirlo, porque no hay una sola forma de vincularnos. Lo que duele es lo que tuvo valor. Lo que duele es lo que formaba parte de nuestra identidad, seguridad o futuro esperado.
Duelo por muerte: de un ser querido, una mascota, una figura significativa.
Duelo amoroso: rupturas, vínculos no correspondidos.
Duelo migratorio: separación de país, cultura, raíces.
Duelo anticipado: pérdida anunciada (enfermedad terminal, separación inevitable).
Duelo ambiguo: sin cierre claro (desapariciones, abandono).
Duelo por salud: pérdida de funcionalidad, diagnóstico médico.
Duelo por roles: pérdida de trabajo, identidad profesional, etapa vital.
Duelo acumulativo: múltiples pérdidas simultáneas o sin tiempo de recuperación.
En muchas ocasiones, estos duelos se entrelazan, se solapan o se reactivan entre sí. Lo importante no es etiquetarlos, sino reconocer su impacto.
Desde las neurociencias, hoy sabemos que el duelo no es solo emocional: es también un estado cerebral. Cuando nos vinculamos a alguien o algo, se activan sistemas neuroquímicos como la dopamina, la oxitocina y la serotonina, que refuerzan el apego, la recompensa y la motivación. Estos sistemas se ven alterados ante la pérdida, generando una especie de "síndrome de abstinencia afectiva".
Estudios de neuroimagen han demostrado que durante el duelo se activan áreas cerebrales como el núcleo accumbens y la corteza prefrontal medial, las mismas que participan en el deseo, la búsqueda y el dolor físico. Por eso, el duelo puede sentirse como una mezcla de anhelo, vacío, confusión y dolor somático (O’Connor et al., 2008; Kross et al., 2011).
Además, se ha observado un aumento sostenido del cortisol, la hormona del estrés, lo cual explica síntomas como fatiga, insomnio, alteraciones en el apetito, somatizaciones o embotamiento emocional (Fagundes & Wu, 2020).
“El dolor por la pérdida activa en el cerebro los mismos sistemas de recompensa que se encienden durante el deseo de consumo. Esto sugiere que el duelo puede conceptualizarse como una forma de abstinencia social.”
— Panksepp & Biven, 2012
Aunque el duelo no es un trastorno mental, puede volverse clínicamente significativo cuando se prolonga en el tiempo, paraliza o interfiere con la vida cotidiana. En 2022, el DSM-5-TR incluyó el diagnóstico de Trastorno de Duelo Prolongado, con los siguientes criterios:
Muerte de una persona significativa ocurrida al menos 12 meses antes (6 en niños).
Presencia de anhelo intenso o preocupación persistente por el fallecido.
Al menos tres síntomas adicionales como:
Dolor emocional profundo
Dificultad para aceptar la muerte
Aislamiento social
Alteración funcional
Sensación de identidad truncada
Estos síntomas deben durar al menos un año y causar malestar clínicamente significativo. También se contemplan criterios culturales y contextuales para evitar sobrediagnosticar respuestas normales al dolor (APA, 2022).
El modelo clásico de Kübler-Ross (negación, ira, negociación, depresión y aceptación) fue útil para visibilizar el duelo, pero hoy se considera limitado. No todas las personas pasan por estas fases, ni en el mismo orden, ni con la misma intensidad.
Un enfoque más actualizado es el Modelo de Doble Procesamiento del Duelo (Stroebe & Schut, 1999), que propone una oscilación entre dos polos:
Orientación hacia la pérdida: dolor, tristeza, nostalgia, conexión con lo perdido.
Orientación hacia la restauración: reorganizar la vida, asumir nuevos roles, vincularse nuevamente.
Este movimiento entre el dolor y la reconstrucción es saludable y necesario, aunque no siempre es lineal.
Aunque no hay una forma única ni correcta de vivir el duelo, la investigación sí ha identificado factores protectores y estrategias que favorecen un ajuste saludable:
Capacidad de recordar sin desbordarse constantemente.
Reintegración de la pérdida en la historia personal.
Recuperación del interés por la vida y los vínculos.
Aceptación de emociones variadas sin culpa.
Reconstrucción de un proyecto de vida con sentido.
Cuando esto no ocurre y el duelo se estanca, paraliza o genera sufrimiento crónico, puede ser momento de buscar ayuda psicoterapéutica.
Evitar contacto constante o idealización de la expareja.
Reorganizar rutinas compartidas.
Reconstruir identidad sin la relación.
Hacer un cierre simbólico (cartas no enviadas, rituales de despedida).
Compartir recuerdos significativos.
Validar emociones ambivalentes (culpa, enojo, alivio).
Crear rituales de conmemoración.
Permitir momentos de conexión y desconexión.
Validar el dolor por lo dejado atrás.
Crear puentes entre la identidad pasada y la actual.
Reconectar con elementos culturales propios.
Construir nuevos espacios de pertenencia.
Redefinir la identidad desde las capacidades aún presentes.
Acompañar la elaboración del enojo o la frustración.
Explorar nuevas formas de autocuidado.
Trabajar desde los valores (Terapia de Aceptación y Compromiso).
Reconocer el impacto emocional del cambio.
Evitar definir el valor personal solo por el rol perdido.
Identificar competencias transferibles.
Diseñar un nuevo proyecto vital, aunque sea provisional.
La terapia no busca borrar el dolor, sino acompañarlo, procesarlo y resignificarlo. Desde diversos enfoques basados en evidencia —como la Terapia Cognitivo-Conductual para el duelo, ACT, EMDR o enfoques narrativos— es posible facilitar el tránsito emocional, reconstruir significado y restablecer agencia.
“El trabajo terapéutico en duelo no consiste en evitar el dolor, sino en crear un espacio seguro para transitarlo y transformarlo.”
— Neimeyer, 2012
El duelo no se supera: se integra. Con el tiempo, deja de doler con la misma intensidad, pero no desaparece. Aprendemos a convivir con lo perdido, a recordarlo sin rompernos, a amar sin que duela tanto.
Permitirse el duelo es permitirse amar. Y acompañarlo, desde la terapia, es un acto profundo de humanidad.
American Psychiatric Association. (2022). Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, Fifth Edition, Text Revision (DSM-5-TR).
Bonanno, G. A. (2009). The Other Side of Sadness: What the New Science of Bereavement Tells Us About Life After Loss.
Stroebe, M., & Schut, H. (1999). The dual process model of coping with bereavement. Death Studies, 23(3), 197–224.
O’Connor, M. F., et al. (2008). Craving love? Enduring grief activates brain’s reward center. NeuroImage, 42(2), 969–972.
Fagundes, C. P., & Wu, E. L. (2020). Neuroendocrine activity and grief. Current Directions in Psychological Science, 29(5), 441–446.
Panksepp, J., & Biven, L. (2012). The Archaeology of Mind: Neuroevolutionary Origins of Human Emotion. Norton.
Kross, E., Berman, M. G., et al. (2011). Social rejection shares somatosensory representations with physical pain. PNAS, 108(15), 6270–6275.
Neimeyer, R. A. (2012). Techniques of Grief Therapy: Creative Practices for Counseling the Bereaved. Routledge.
Shear, M. K., & Gribbin Bloom, C. (2017). Complicated grief treatment: An evidence-based approach. Journal of Rational-Emotive & Cognitive-Behavior Therapy, 35(1), 6–25.