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La vida diaria está llena de situaciones que despiertan en nosotros un abanico de emociones: alegría, tristeza, enojo, miedo, vergüenza, entre muchas otras. Lejos de ser “buenas” o “malas”, las emociones son señales que nos informan sobre nuestras necesidades y nos impulsan a actuar. Sin embargo, cuando las emociones se vuelven intensas, desbordantes o difíciles de manejar, pueden interferir con nuestro bienestar y con la calidad de nuestras relaciones. Aquí es donde la regulación emocional se convierte en una herramienta fundamental.
La regulación emocional se refiere a la capacidad de reconocer, comprender, expresar y modular nuestras emociones de manera flexible, en lugar de reaccionar de manera automática o impulsiva. No significa reprimir lo que sentimos, sino darle un lugar a la emoción, procesarla y actuar de manera congruente con nuestros valores y objetivos.
Regular no es apagar la emoción, es aprender a escucharla y responder de manera adaptativa.
Numerosas investigaciones en psicología clínica y neurociencia han demostrado que una buena regulación emocional se asocia con:
Mayor bienestar psicológico: menos síntomas de ansiedad, depresión y estrés.
Relaciones más sanas: facilita la empatía, la comunicación y la resolución de conflictos.
Mejor salud física: reduce la carga fisiológica que genera el estrés crónico.
Mayor resiliencia: permite adaptarse mejor a los cambios y a las experiencias difíciles.
En contraste, la dificultad para manejar las emociones puede dar lugar a impulsividad, aislamiento, problemas en pareja, baja autoestima y conductas de riesgo.
Existen diferentes enfoques terapéuticos que han desarrollado habilidades concretas de regulación emocional. Algunas de las más estudiadas son:
Conciencia plena (mindfulness): observar lo que sentimos en el presente sin juzgarlo, creando espacio entre la emoción y la reacción.
Reestructuración cognitiva (TCC): cuestionar y modificar pensamientos que intensifican la emoción.
Tolerancia al malestar (DBT): aprender a atravesar emociones difíciles sin evitarlas ni recurrir a conductas dañinas.
Activación conductual: realizar acciones coherentes con los valores personales, incluso en medio de emociones incómodas.
Autocompasión: tratarnos con amabilidad cuando estamos sufriendo, en lugar de criticarnos.
Estas estrategias no eliminan las emociones, pero sí nos dan recursos para manejarlas de manera funcional.
Regular nuestras emociones es un proceso que se entrena día a día. Algunas prácticas simples que puedes aplicar son:
Ponerle nombre a lo que sientes: “estoy frustrado”, “me siento ansioso”. Nombrar ayuda a ordenar.
Tomar pausas: respirar profundo o retirarte unos minutos antes de reaccionar impulsivamente.
Buscar apoyo: hablar con alguien de confianza reduce la intensidad de la emoción.
Cuidar tu cuerpo: dormir bien, alimentarte de forma equilibrada y moverte favorece el equilibrio emocional.
Preguntarte: “¿Esta emoción me está ayudando a actuar como quiero en esta situación?”.
La regulación emocional no es sinónimo de control rígido ni de perfección emocional. Es un camino de autoconocimiento y práctica continua que te permite vivir con mayor equilibrio, autenticidad y conexión con los demás.
Si sientes que las emociones están tomando el control de tu vida o que no logras manejarlas por tu cuenta, la psicoterapia puede ofrecerte un espacio seguro y basado en la evidencia para desarrollar estas habilidades.
Gross, J. J. (2015). Emotion regulation: Current status and future prospects. Psychological Inquiry, 26(1), 1-26.
Linehan, M. M. (2014). DBT Skills Training Manual. Guilford Press.
Neff, K. (2011). Self-compassion: The proven power of being kind to yourself. William Morrow.